19 enero 2010

Las fauces de la tierra.

Imagina por un momento que todo lo que tienes desaparece, se pierde como un puñado de arena entre los dedos. Tu vida confortable, tu cálido hogar, esa persona a la que tanto quieres, la familia, lo que eres... todo se esfuma. Piénsalo. Un instante más. ¿Ya?
Para un haitiano no se trata de un simple ejercicio de imaginación, es real como la vida misma, porque es su vida. El pasado 12 de enero un terremoto de 7,3 en la escala Richter, el más potente de los últimos 240 años, engulló la capital de Haití. Los expertos dicen que liberó una energía equivalente a 200.000 kilos de dinamita en unos segundos. Luego vinieron las réplicas, los derrumbes, el llanto, la destrucción, la ira, la impotencia, la muerte... Los datos reales no existirán jamás, son demasiados para cuantificarlos de forma exacta, pero se calcula que van ya en torno a 50.000 fallecidos, decenas de miles de heridos, cientos de desaparecidos... millones de damnificados en todo el país. Tratar de componer la situación: todo lo que conocías hasta hace un minuto se ha convertido, como por arte de magia, en un vertedero de escombros del que surgen lamentos desesperados buscando ayuda. Niños heridos deambulando entre llanto por calles llenas de cadáveres, buscando desesperados un rostro conocido donde refugiarse. Cientos de padres rezando porque alguno de esos niños aturdido e irreconocible sea su hijo. Familias afortunadas plantadas con lo puesto ante un monton de escombros en carne viva que desearían haber quedado sepultadas bajo su casa, porque era lo único que tenían. Y lo peor aún no ha llegado.
Lo peor viene tras la tormenta, porque a veces no le sigue la calma. A las pocas horas del seísmo comienzan los saqueos, los pillajes, los robos, los asesinatos... la lucha por la supervivencia en definitiva. Va innato en el ser humano, somos caiinitas por naturaleza. Toda la estructura política y militar del país se ha esfumado, las cárceles han quedado aniquiladas y cientos de presos, buenos y no tanto, huyen despavoridos por las calles "disfrutando" su recién estrenada "libertad"; no hay hospitales ni atención médica, todo quedó reducido a escombros.  Comienza la ley de la selva, el más fuerte sobrevive. La ayuda internacional se movilizó en el acto, pero mal coordinada. Millones de toneladas de alimentos, agua potable, hospitales de campaña, tropas de ayuda para garantizar la "seguridad"... al parecer todo está preparado, al parecer. A día de hoy, la ONU ha sido incapaz de aportar dicha ayuda, miles de medicinas y alimentos se apilan bien ordenaditos en las pistas de los aeropuertos mientras políticos de trajes caros y rostros compungidos sobrevuelan la ciudad fantasma en helicóptero privado para "hacerse cargo" de la situación con la lagrimilla saltada. Eso sí, no paran de llegar aviones cargados con más y más provisiones; solución: ayer aterrizó el séptimo de caballería, los marines americanos llegan para salvar la situación. Luego no queremos...
Dicen que la muerte es lo único que iguala a los hombres, pero eso ni siquiera es verdad en este lugar. Mientras miles de personas matan por un trozo de comida que llevarse a la boca y arrastran por las calles cadáveres de familiares sin saber si podrán enterrarlos o tendrán que dejar que sirvan de pasto a los buitres, los ricos habitantes del distrito privilegiado de Puerto Príncipe escapan del terremoto sin un rasguño. Ellos tienen más de lo que tenían antes, el mercado negro no conoce escasez y pueden costearse más lujo por menos dinero. Para esta gente su principal preocupación es saber si sus clientes importantes y sus asalariados siguen vivos o no. 
Desde la Europa rancia y egoísta seguimos todo esto como si de la última gran superproducción del cine americano se tratara. Está ocurriendo, pero no lo parece. Tenemos tanta información que nos cuesta trabajo asimilarla en tiempo real. Nos enfrentamos cada minuto a nuevos datos, cifras, acontecimientos de tal manera que deshumanizamos los hechos y olvidamos que tras esa avalancha de información hay personas. Cada número es un muerto, o una vida salvada, o un desaparecido, o un herido... En España, como siempre, cada uno barre para casa; siempre he creído que Caín era español y liquidó al hermano por cuestiones de herencia. De momento nuestra "clase" política no ha dado mucho el cante. Uno esperaba que Rajoy echara la culpa del terremoto al pesoe (creo que lo está valorando seriamente), mientras Zapatero no tiene muy claro si lo que ha ocurrido ha sido el aleteo de una mariposa o un soplo de aire mal avenido. Tenemos lo que nos merecemos. Pero como siempre la palma se la lleva el clero, con la iglesia hemos topado, no faltaba más. D. José Ignacio Munilla, nuevo obispo de San Sebastián, a los dos días de la tragedia dijo: "existen males mayores que los que están sufriendo los pobres en Haití, como nuestra pobre situación espiritual" se ha cubierto de gloria el pavo. Se espera de esta gente otra cosa ¿no?, que hagan caso a lo que predican al menos. Al día siguiente de soltar esta perla se apresuró a decir que ese comentario estaba sacado de contexto y que se encontraba muy dolido con el medio de comunicación (Cadena SER) que había tergiversado sus palabras. Se olvida el señor obispo que estas declaraciones las hizo en la radio, que vivimos en el siglo XXI y todo queda registrado y que no somos tan imbéciles como piensa. Aquí tenéis lo que dijo, que cada uno
saque sus conclusiones:

Eso sí la primera misa que ha oficiado la ha dedicado a las víctimas del terremoto, vergüenza debía de darle. En fin.
Yo no te diré lo que tienes que hacer o lo que tienes que pensar, si quieres colaborar con la ayuda a Haití mira esto.

 

2 comentarios:

  1. Nos ha jodío, Sr. Munilla, estamos de acuerdo que en nuestra sociedad hay una gran miseria moral, de esa de falta de valores y escasez de espiritualidad. Y no me refiero precisamente a las creencias religiosas, que le vamos ha hacer rojilla que es una. Pero en este caso, Sr. Obispo, es mucho más importante la miseria real, esa que por desgracia en Haití es sinónimo de pobreza. Que se supone que de esto debe entender mucho por lo de los votos y eso ¿no Monseñor?.
    Muy bueno Luis.

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  2. Mordaz como siempre. Me encanta.

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