23 diciembre 2012

Jingle bells!!



Caminaba con Lorraine bajo la gélida noche de la ciudad dormida, embozado en la gabardina y con mi viejo sombrero negro calado hasta las cejas. A pesar de la temperatura, ella vestía una estrecha minifalda y unas botas altas que me permitían ver sus piernas lo suficiente como para distraer mi atención del camino. Nos detuvimos en una de tantas recreaciones de buena vida y armonía que por estas fechas inundan la ciudad. Por muchas historias que me cuenten, amigo mío, me decía una noche Freddy con su voz de lija, yo seguiré pensando que aquel pueblo fue un trocito de tierra que algún poderoso rey regaló a Belén, la más bella de sus fulanas, que terminó volviéndolo loco con la mágica danza de su vientre envenenado. Me encantaría vivir ahí dentro contigo, dijo Lorraine apretándome el brazo, siempre que hubiera un buen burdel donde poder trabajar.
 
Nos perdimos calle abajo por el oscuro callejón que desemboca en la puerta del Bohemia. Allí todo seguía igual. El humo del tabaco olía a café recién molido y se enredaba con la tenue luz del local en una enigmática danza. Nos sentamos en una de tantas mesas de madera oscura y carcomida por la música y el fondo de vasos sedientos. Ella pidió lo de siempre y yo lo de costumbre, aunque lo mezclamos con alguna que otra caricia furtiva bajo la mesa y uno de esos besos que no se conforman sólo con los labios. Aquella noche, volví a declararme tan inocente como siempre. Quédate a mi lado, querida, le dije con toda la sinceridad que aprendí a fingir. Esa vez iba tan en serio que ni siquiera me afectó la quinta copa que se perdía garganta abajo. Sentados en aquel rincón, me di cuenta de que sólo hubiera faltado un violinista borracho, un par de velas y un anillo de por medio, para que la escena fuera aún más patética. Por suerte, maldita sea, aquella mujer sabía cómo romperte el encanto en la cara. 

     Lorraine bebió un sorbo de su copa sin mojarse los labios, acarició mi mano con una preciosa sonrisa de complicidad y me besó con el ardor de un buen malta doce años. Encanto, tú sabes que eso no es posible, me dijo como si hablara de cualquier otra cosa. Lo más cerca que tú y yo estaremos del matrimonio, añadió sin pestañear, será cuando sientas esa extraña punzada en la cabeza cada vez que me vaya con otro. Yo tengo un precio que tú no estás dispuesto a pagar y lo sabes. En seguida se levantó, se acercó a mí como una serpiente a su presa y me plantó un casto beso en la mejilla. Antes de marcharse me susurró al oído que esa noche invitaba la casa y desapareció mientras mis ojos seguían como locos el vaivén de su cadera.

La vi salir acompañada de un tipo color sepia que parecía haber saltado de un retrato antiguo. Una mujer como esa no necesita lo que tú le ofreces, me dijo Barnie desde su piano, alguien como Lorraine, maldita sea, no pide ni siquiera que la ames; sólo necesita saber que te matarás cuando ella muera, que te morirás cuando falte y eso, muchacho, es un precio demasiado alto incluso para ti.    Y tenía razón. Aquella noche estaba contento con mi triste rechazo porque comprobé, de una vez por todas, que alguien como yo no sabía entregarse a otra persona.

     Mi copa se marchó de un trago y Barnie le arrancó al piano un “Jingle bells” que despertó las carcajadas del público asistente. 


Queda inaugurada la Navidad, Felices Fiestas del Grinch!!!
 



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