02 abril 2012

Escapar que no huir.

Recordar el subtítulo de este blog antes de leer esto...

Hay ocasiones en las que sólo te apetece mandarlo todo al carajo. Desaparecer del mapa, cambiar de vida, de aire, de entorno, de piel incluso, volar, escapar... que no huir. Al menos, a mi me ocurre con cierta frecuencia, coincide por norma con el cambio de estaciones y los más cercanos a mi lo sufren en silencio, y sin emoal (que ya es jodido).
Creo que me pasa desde que tengo uso de razón y no sucede por nada ni nadie en concreto, sólo por mi, que no es poco. Probablemente sea porque padezco el "Síndrome del Coyote" (que me acabo de autodiagnosticar): esa sensación de llegar tarde a todas partes, como el del Correcaminos; llego a donde siempre quise estar, con buena disposición y con intención pero el puto pájaro ya ha pasado hace años por allí... cosas que pasan

Pero como no quiero huir sino escapar de este fango, invito al que quiera a que se venga. Dale al play, cierra los ojos y túmbate en el suelo o baila como alma que lleva el diablo, lo que prefieras, pero lárgate de aquí... aunque sea mentalmente. Te advierto que no llegarás a ninguna parte, y que servirá de poco una vez abras los ojos, pero ese instante fugaz habrá merecido la pena.


Se cumplen 25 años de este disco maravilloso: Graceland, de Paul Simon, con el que yo crecí (raro que es uno, que le vamos a hacer) así que con la que está cayendo me parece una buena elección. 

Os dejo de premio unos versos de Luis García Montero que me parecen apropiados y que me da la gana poner, vamos, que para eso esto es mio: 


Dedicatoria

Si alguna vez la vida te maltrata,
acuérdate de mí,
que no puede cansarse de esperar
aquel que no se cansa de mirarte.


Y de postre, un relato de escapadas (que no huidas) que leí hace muuucho tiempo:

Derrotado sobre el volante, al borde del precipicio, no encontraba los motivos que le habían llevado a aquella situación. Tampoco importaban, ya no había vuelta atrás. Miró al vacío temblando de rabia, el llanto asomó en el momento oportuno y no lo pensó mucho más. Pisó a fondo el embrague, engranó la marcha con violencia, tanto que el coche gruñó de dolor, y hundió el pedal del acelerador dejando atrás aquel maldito lugar para siempre. 
Después de todo, se dijo, no vale la pena tanto por tan poco. 


Nos vemos por aquí...
Ciao!




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